una noche complicada

Si hay algo que me desmotiva de sobremanera, es estar en un boliche, contenta como pocas veces, bailando al son de la música ochentosa y tener al lado a un tipo algo mayor, de esos que bordean los 50 y pico, que para el momento y lugar ya están grandes, con una porra a lo Diego Armando, una pelada excesivamente notoria que juega de pozo ciego gracias a la profundidad que se generaba con la tupida cabellera enrulada y camisa escocesa cantando, a viva voz, el tema que están pasando, acompañando esa bochornosa imagen con un movimiento esquizofrénico de cabeza, el cual lo obliga a cerrar los ojos y fruncir la nariz como quien está oliendo bosta, sintiéndose, supongo, una especie de batero heavymetal venido a menos simulando tocar dicho instrumento con la ayuda de los palillos imaginarios que tiene en sus manos, tirando de vez en cuando en los coros correspondientes, algún agudito y balbuceando la letra de dicha canción, ya que, se cae de maduro, no se acuerda un carajo lo que ésta dice o simplemente nunca la supo, pero le RE suena de algún lado.
Sí, todo eso me pasó y juro que no pude dejar de mirarlo, cada tanto éste abría los ojos y saltaba, supongo que era parte del ritual rockstar, no lo sé, sólo tengo en claro que por ese motivo, no menor, quise volverme a mi casa, habiendo entrado hacía tan sólo 40 minutos, de los cuales 10 me lo banqué al viejo y 30 perdí en el baño de mujeres, pero ese es otro tema.