Son las 9 de la mañana, me levanto después de haber dado miles de vueltas en la cama y voy directo a la cocina a preparar el desayuno, me queda poca leche en la heladera, la ira me invade, maldigo, resuelvo rápido como preparar el café con leche sin entrar en
panic attack ni caprichos ni berrinches. Entre que colocaba la taza en el microondas pongo la rodaja de pan en la tostadora y…ahí estaba, ¡horrible! negra, sobre el cable de la cafetera se iba deslizando gracias a sus enormes patas llevando consigo un
abdomen, o vulgarmente denominado por nosotros “cola”, gigante, pensé rápidamente: cómo la mato, me quiero morir qué voy a hacer ahora, estoy sola no puedo desayunar me quiero ir de mi casa. Ok, usemos una pantufla, ¿una pantufla de las nuevas?, ¡me muero muerta, me caigo y me levanto, no puedo ensuciarla así!, no me queda otra, la aplasto una y otra vez contra la pared, queda pegada en el delicado, limpio, nuevo y femenino calzado, le doy contra el piso, cae muerta, empieza a largar un olor espantoso, la veía ahí agonizar y ante la duda de agarrarla con el papel y que saltara, presioné el gatillo de “limpiador de vidrios”...si si, vidrios.
Listo, toda la valentía adquirida y los logros realizados de vivir sola enfrentándose a las semejantes pruebas que nos pone la vida, en ese último minuto se fueron por los caños.